nada que me diga.


imposible que un joven con tales características no tome un lápiz o un pincel para rayar una hoja en blanco, dibujar lo insoportable de la comodidad que me guarece, que me permite observar y escuchar casi por obligación los sonidos de una violenta capital. Nada ni nadie que me diga: “estás donde debes estar”, mientras tanto seguiré bebiendo a sorbos un te con dos cucharadas de azúcar, bajo un sol que acabará por extinguirme.